Emociones en tiempos de confinamiento

Y nos encerraron, como tantas veces hemos estado presos en nuestras historias, nuestros miedos, nuestras inseguridades. Ahora, todos compartimos escenario.

Nos araña el miedo dejando marcas, pero sin llegar a profundizar porque estamos corriendo, en dirección contraria, sin parar. Como tantas veces aprendimos hacer, para sobrevivir a las circunstancias y que no nos hieran o al menos, eso ansiemos porque cuando paras, el dolor es más fuerte, el desaliento profundo y los recuerdos ahí, sí que empiezan hacer heridas oscuras, de las que tardan mucho en curar, en cicatrizar, en sanar.  Y eso, el parar de correr cuando todo acabe, nos da mucho miedo, el después.

Nos acaricia la nostalgia de los que éramos hace unos meses, no sabemos si mejores personas o peores, más felices o menos, qué más da, quizás estábamos donde nosotros creíamos que elegíamos, aunque debajo de esa elección hubiese realmente una imposición del miedo, o de las dudas, las exigencias o inseguridades, nuestras creencias o las de los demás, o la inconsciencia e ignorancia que es mucho peor que el enemigo que ahora tenemos en frente. Ese, que también mata a muchos en vida, aunque sus cuerpos sigan paseando por las calles e incluso fingieran que disfrutaban de la primavera. Qué curioso, sin saberlo. Y con esto, la vida obliga a muchos a reflexionar, a tomar esa consciencia del momento en el que estábamos, sumergidos en un mundo que quizás no era el que creíamos…
Y en el mejor de los escenarios, estabas donde querías estar, te llenas de confianza y entonces, deseas volver, con todas tus ganas, con todas tus certezas para hacerlas más fuertes, más tú.

Nos amenaza la incertidumbre, la del qué pasará, la que sentimos estuviéramos en el lugar que estuviéramos, con consciencia o sin ella, es inevitable. Tan ineludible como el dolor que tantos ahora están sintiendo, un laberinto sin salida donde el final de ese sufrimiento, parece que no llega…

Nos golpea el desaliento, ya nos podemos más, pero seguiremos batallando, aunque nos dejemos la vida en ello, porque estamos demostrando que nuestra especie es esa que tanto hemos estudiado, esa que se supera en las peores circunstancias y que saca fuerzas de donde no las tiene. Esa que en clase debatíamos alegres con nuestros compañeros, esas clases que muchos hoy echan de menos.

Nos abraza el orgullo, todos los días a las 20:00 en nuestros balcones, con un aliento de esperanza cuando entre unos y otros nos cruzamos la mirada, regalándonos una sonrisa entre vecinos y aplausos llenos de agradecimiento a los que no podemos sonreír porque no podemos ver, pero a los que aplaudimos fuerte para que nos oigan y sepan que estamos con ellos y que nos sentimos cuidados.

Nos desestabiliza la rabia y la impotencia de los que siempre se aprovechan de nosotros, los que siempre ganan aunque estemos todos perdiendo. Los lobos disfrazados de corderos a los que estamos acostumbrados a ver estemos en el momento y lugar que estemos.

Y nos conquista la ilusión y el sueño de volver, de volver a dónde estabas o donde tanto soñabas y no te atrevías.

Qué se yo, pero volver.