El poder de las palabras

En muchas ocasiones escucho a mis pacientes hablar, y me doy cuenta que no tiene nada que ver lo que me exponen, con lo que me quieren expresar. Muchos de mis compañeros de profesión estarán de acuerdo conmigo en que tenemos doble trabajo en muchos casos, el objetivo por el que el paciente viene a consulta, y entender cada uno de los idiomas emocionales de cada persona. Con esto quiero decir, que para expresarnos no utilizamos en muchas ocasiones las palabras correctas y eso, emocionalmente, afecta en diferentes ocasiones a nivel personal, y en las relaciones sociales que tenemos.

Las palabras e historias que nos contamos a nosotros mismos tienen un fuerte impacto sobre nuestras emociones, y nuestros comportamientos. Son muchas las ocasiones en las que nosotros elegimos las palabras que vamos a utilizar a la hora de contar algo, un suceso, una historia, un hecho, algo que nos ha pasado o algo que queremos que nos pase. Es así, que valorar e identificar las palabras correctas, puede tener un efecto mucho más positivo que negativo a la hora de comportarnos.

Cuando contamos una historia, tenemos que contar con la idea de que depende de cómo lo contemos, nos vamos a quedar con una sensación o con otra, al fin y al cabo, es un arma de superación, de supervivencia emocional. Esto no quiere decir, que si estas triste por algo, lo cuentes con alegría, ni mucho menos, pero sí, que identifiques con realidad como te sientes en ese momento, y que no utilices palabras extremas que quizás, no has valorado. Esto ocurre en muchas ocasiones por las etiquetas con las que nacemos desde pequeños. Vamos a poner un ejemplo: Isabel tiene 32 años y desde bien pequeñita siempre ha escuchado que es una niña muy tímida e introvertida, así, un año tras otro. Como entenderéis, Isabel siempre estuvo justificada, ya que todo el mundo que la conocía ya sabía que comportamiento iba a tener, y ella, cumplía con su etiqueta, al fin y al cabo, era su zona de confort. Isabel fue creciendo, y en la Universidad tuvo que exponer su primer trabajo de carrera, antes de llegar a ese momento ella se repetía una y otra vez,; ¡no puedo hacer algo así!, ¡todos sabéis que no soy capaz!, ¡soy una persona muy tímida y no lo voy a conseguir!, ¡hasta mi madre, que es la persona que más me conoce, me dice que soy extremadamente tímida!. Como véis, en el lenguaje de Isabel no cabe la oportunidad del cambio, no hay posibilidad de que algo diferente ocurra. Imaginaos que Isabel, al contrario de lo anterior, se contara esto; ¡vaya, sabía que llegaría el momento en el que no iba a poder evitar este momento¡, ¡quizás ahora que soy mas mayor, encajo mejor la situación!, ¡una vez, en el instituto lo conseguí y me sentí muy feliz!, ¡quiero ser una chica segura y esto es un reto para ello!, ¡en el caso de que salga mal, lo volveré a intentar!. Es la misma situación, con un lenguaje diferente. Ya sé que estaréis pensando, que esto depende mucho de la personalidad positiva o negativa de cada uno, pero yo me atrevo a decir, que el lenguaje hace en gran parte a una persona positiva o negativa.

La elección de las palabras es algo que hacemos inconscientemente, por eso, lo realmente significativo es analizar nuestro estado emocional y el porqué de la actitud que lleva a usar determinadas palabras. Es decir, tenemos que buscar una reparación emocional para poder comunicarnos mejor. Para ello, existen muchos libros de desarrollo personal, profesionales de la inteligencia emocional y sobretodo necesitamos mucha, actitud.

” Las palabras pueden ser mucho más poderosas que todo lo que ves”.